21.11.06

OBSESIONES ROJO-POÉTICAS

Ejemplo feminista y cultural de la legalidad republicana

LAS OBSESIONES POÉTICAS

Nuestro poeta Popons, rey de la gallina ovípara, es hombre de apariencia débil y, por lo tanto, propenso al lamento y al totalitarismo. Una mala compañía para estudiantes por su tendencia a revestir de sencillez y de lógica sus carencias de lógica y sencillez. No es, pese a su talento, el primer marxista que se disfraza de tranquilo y razonable exseminarista y se dedica al despropósito totalitario, como si el totalitarismo fuera un inalienable derecho popular. Si, de paso, corrompe mentes con mejor lógica y mayor inquietud, mala suerte: Ya es sabido que el marxismo se impondrá al final de los tiempos y que todo lo que divide es bueno para llegar al termitero soñado. Problemas de las timideces y de los complejos de inferioridad.

En varias ocasiones Trapisonda ha comentado la extraordinaria querencia que este hombre tiene por el marxismo, del que dijo que se trata de una buena idea, pero que no se ha sabido aplicar. O sea, como todos. Asombra ver cómo un hombre instruido todavía pace en los prados utópicos y malvados y maneja conceptos que le inculcaron tan bien que cree que son hijos de su propio criterio. Una de las cosas que da una cultura completa es que te vuelve inasequible a los cuentos rojos. Pero no siempre es así, porque marxismo mezclado con catalanismo suele ser muy contagioso.

Como a menudo los que recaen en la propaganda roja son muy elementales, se les nota demasiado y no se manifiestan aturdidos por los más de cien millones de muertos que ha causado la secta marxista, se conoce que esta vez a Popons le han dado algún consejo catequístico y ya no va derecho al bulto para propagandear sobre sus obsesiones. O sea, se lo cuento para que vean qué agudeza doctrinaria: En empieza recordando aquellos tiempos en que bastaba la palabra para que la gente cumpliera con sus deberes y deudas, desde donde se traslada a lo poco que gusta el papeleo y la burocracia y decide que la cosa sería mucho más sencilla sin burócratas –sin percatarse de que no hay nada tan burocrático y espión como el marxismo-, de lo que deriva a una posición muy indicativa: “Ya hay suficiente de excelentísimos, ilustrísimos y reverendísimos –dice- porque aquí todos somos iguales…” Prentede, como novedad nunca oída, que simplifiquemos los tratamientos y humanicemos el trato, lo que parece indicar que es partidario del uso de términos tipo “ciudadano”, camarada o compañero. Al paso que vamos, profetiza, acabaremos todos con una póliza y un montón de sellos en la frente. O con un chip implantado en semejante parte, opina Trapisonda.

Pero ciertamente ha tocado algo que inquieta y molesta, algo popular y fastidioso: el control que tienen sobre nosotros las administraciones y considera que ya no se le notará el ramalazo si entra donde siempre quiere entrar: Le parece que se ha hablado mucho sobre el Estatuto (el de Baleares, ojo: no el catalán. Y el de Baleares porque lo hace la derecha y hay campaña universal contra ella), pero le duele que no se recorte algún derecho en beneficio del desuso del español: “Ahora resulta que todo el que venga a vivir aquí, a “Ses Illes”, tiene el derecho de aprender catalán pero no el deber y ni siquiera la obligación moral”. Ya ve el lector con qué clase de demócrata se las ve: un totalitario convencido de que lo justo es obligar por ley a hablar un idioma determinado que no es el oficial de España. Esta es la clase de gente que uno se tropieza por esos mundos pidiendo o exigiendo “Libertad”.

Desde ahí, cómo no pasar, de forma natural, a la Patria, aunque disimulando a cuenta de la globalización, que tampoco tiene muchos partidarios: La Patria, define, son los amigos, los libros, el paisaje… Oh, novedad. Y él no quiere que lo globalicen. Se deja, sin embargo, el fondo moreno de su pensamiento: que la Patria es el idioma catalán y no otro. Mientras protesta contra la imposición de un tipo de vida estandarizado, parece no percibir que está pidiendo que estandaricen a los ciudadanos mediante la imposición de un lenguaje menor que gente como él ha convertido en herramienta política.

Profesor-poeta, se enorgullece: “Me gusta la diversidad, la mezcla variada de colores y procedencias en nuestros alumnos (nótese el plural mayestático)” Y parece ser que se le abren, de consuno, el corazón y la esperanza cuando ve que tiene en una clase rumanos,, marroquíes, suramericanos, ingleses y un chino de ojos rasgados, que hablan todos en menorquín. No menciona a ningún español en su Onu particular y se apresura en aclarar un detallito importante: No olvidemos que el menorquín es un dialecto del catalán, lengua muy pasada de rosca gracias al abundante fanatismo.

Luego recurre al argumento de todas estas gentes, o sea, a la ciencia: “la filología es una ciencia y no la podemos desvirtuar ni manipular según nuestras particulares fobias ni nuestros partidistas odios e intereses”, o sea, como lo de la paja ajena y la viga en el ojo propio. Si te metes en discusiones sobre eso, que es tan sencillo de comprender, suceden polémicas agrias e hirientes, polémicas donde pesan más los silogismos de la sinrazón (aunque sean un conocido mecanismo para razonar, eh) y el ataque personal que los sabios argumentos del sentido, la bondad y la conciencia. O sea, sus argumentos.

No parece que el hombre desee proteger otras ciencias que no deben ser desvirtuadas, como la Filosofía que todo marxismo atropella, la historia, que todos reconstruyen a medida de los intereses vanos de hoy, la ideología como ciencia del contenido de las ideas, o la simple ética que debiera prohibir contar asuntos tan volátiles y sin demostración como los que sacude a sus alumnos. Porque la ética es la ciencia que estudia la moral y parece que se trata de una bien elástica y sectaria. Ni la ecología, ¿verdad?, uro catastrofismo en manos marxistas, usado para espantar por el Prestige pero no por Chernobil.

Hasta aquí, pues, la propaganda de siempre, pero con ilustraciones, sobre lo injusto que es no poder obligar del todo –porque sí obligan, sí- a que la gente sólo se exprese en catalán, que es el paisaje obligado y que, democráticamente, debiera imponerse. Sólo que ya está impuesto en toda la enseñanza, en toda la administración, en toda la iglesia y en toda la política. Mundializar, no; catalanizar, sí.

La lógica se embota con tanto raciocinio pendejo y vienen luego el fracaso escolar y el canto de Los Segadores entreverado con el de la Internacional. O sea, como para caer en la taquicardia y la hiperventilación con sombrero de paja.

Toma lógica y habla de tolerancia, que a lo mejor te creen. Pero no desprecies la inteligencia del pueblo que no se haya educado en Barcelona, ese foco infeccioso de la mente.

El Rector Abundio el abundante.