25.2.06

NADA DE BIOSFERA

Querido Decano Emilio:

Me choca y me deja tieso que digas lo que me dices cuando yo, que voy trasero, sigo un senderillo por el que ya has pasado tú. Empecé de buscador de setas y ando ya buscando duendes, trasgos y "daimonos" a decir de Sócrates. No hago más que tender la oreja a la aventura e imaginarme mochuelo como la diosa Atenea, por si veo en la oscuridad, que es muchísima y artificial.



Por lo leído y por tu trabajo, que ocupa no menos de veinte "escriptorium", sí, sé que ando en una dirección paralela a la tuya y que mis encuentros con alguna verdad ya los has tenido tu, con la misma. Sólo que tú sigues la divisa de nuestras juventudes y de José Antonio, unir la acciín a la palabra, la espada a la pluma y envías cientos de ideas y visiones a la buena gente, ya gracias a Internet, ya gracias a Gutemberg y su imprenta. No sé si la gente se percata del esfuerzo enorme no sólo ya de reunir, conjuntar y editar tanto trabajo diverso pero de corazones homogéneos, sino de ese otro trabajo, más silencioso e invisible, de la humilde constancia, del hecho permanente, de seguir ahí, semana tras semana en cumplimiento de una misión que sólo es posible porque eres tenaz.

Nuestros españoles pocas veces admiran la tenacidad y la constancia. No se descubren ante el perseverante y sólo a veces, porque es otra cosa, ante el pertinaz. Para explicarme: yo sería pertinaz y tu constante. La pertinacia de ambos está en el rumbo elegido, en el rumbo jurado, pero donde yo hago regates y zapatistas, tú mantienes el timón firme y no despegas el ojo de la polar.

Que sepas, pues, que aquí tienes a un español que se admira de la constancia leal, de la perseverancia llevada con humildad (cuando merece cohetes de fiesta) y de tu servicio a una misión, dura y difícil; una misión portadora de inteligencia. O sea, una exhibición de lealtad como debe ser la lealtad: sin estruendos y sin medallas. Sin mencionarla siquiera.

En mis conversaciones privadas con el Gran Trío (Sócrates, Platón y Aristóteles) hablamos a menudo de ti. Somos todos parientes del mismo mar y favorables al aceite de oliva. ¿Y el Decano Emilio cómo se las arregla? Sócrates, que convirtió el objeto de la filosofía en el conocimiento de lo humano más que de lo físico y jamás escribió una "Sobre la Naturaleza", se decanta por pensar en que el hombre que trabaja con la cabeza dobla el tiempo, es decir lo ocupa en su totalidad y eso le permite hacer mucho más que al que simplemente mira. Claro que Sócrates no ha hecho en su vida nada más que mirar y tratar de comprender lo que se ve. Aristóteles, más dado a encasillar, cree que tú, al ponerte constantemente en el tercer nivel de abstracción, consigues que el tiempo se vuelva pequeño y lento. Y Platón, tras consultar con Plotino, sospecha que tu cordón de plata, tu misteriosa unión con la divinidad razonable, te da la voluntad necesaria para atenerte a tus decisiones.

Un día escribiré estas y otras charlas. Sócrates y los demás, incluído Napoleón, no son apariciones, sombras que se aparecen en mitad de la selva oscura, como Virgilio a Dante para confabularse en la Divina Comedia. No son las phantasmas clásicas y nos demonios benéficos al estilo céltico. Son ellos en el regazo del tiempo que no pasa, del tiempo que sigue sucediendo siempre y a la vez. Subir a ese momento permanente, que es el de la creación, no es fácil ni difícil: ya te conté lo que es dejar la mente en blanco y algún perno flojo y entonces, como dijo Quevedo, escuchas con los ojos a los difuntos, que difuntos del todo no están.

Trapisonda en Pleno empieza a sostener, por boca de un heresiarca que tiene, que aquí todos llevamos más de ochenta años olvidando una de las esferas principales que rodean el mundo. Mucho hablar de la hidrosfera, de la agrosfera, de la estratosfera o de la biosfera, y no recordamos una parte fundamental de nuestro credo: la comunión de los santos, o sea, el cuerpo místico de Cristo que uno a los vivos con los muertos. Cierto que los evangelios, y todo lo que desencadenaron después, están influidos por su época, que no era la "romana" sino la "neoplatónica". Pero la idea de que los muertos y los vivos pueden influirse mutuamente (interactuar le dicen los informáticos, los sociólogos y demás). Eso supone que hay una esfera de almas, rodeándonos; una esfera de la sabiduría y a ella querían acceder mentes preclaras como la de Descartes (¿o era Pascal?), ya por el uso de la razón ya por la estimulación de la glándula pineal. ¿Lo consiguieron? Vistas sus obras, sí. Se ha de escuchar a la comunión de los santos, que es el depósito activo e invisible de cuanto la humanidad ha hecho. ¿Acaso las mejores ideas no llegan de forma instantánea y como prefabricada? No creo que nuestra física ni nuestra astronomía, ni siquiera nuestra psicología, mire en la buena dirección. Hay demasiados entes invisibles y otros que pueden serlo o no, según. Por encima de la estratosfera puede perfectamente estar la Noosfera (por el Nous del Gran Trío). Y cosas reales invisibles las hay inmateriales, como el tiempo y las hay muy sólidas, pero sometidas a los misterios de la materia y de la visión. Un proyectil, pongamos que de un mauser del 7,92, antiguo, se deja coger, se deja llevar en la cartuchera y hasta que lo arracimen en un peine. Lo metes en la recámara, echas el cerrojo de acero y tan pronto como aprietas el gatillo se vuelve invisible. Está y se mueve y llega a su destino y, a lo peor, mata. Pero no es visible con nuestros ojos. Hay muchas cosas, entre el cielo y la tierra, Emilio, que no podemos ver pero que no debemos negar y, entre ellas, el dogma de la comunión de los santos: hay que escuchar a esos santos tanto como se pueda y poner señales en el camino que conduce a ellos.

Me parece que Jesucristo, además de Dios y de hombre, era un superdotado: nos habla claramente de todo esto y muchas veces. Recuerda: llamad y os abrirán. Lo dice en plural. O a veces, como impersonal: "Se os abrirá". Pero hay que llamar, claro. En esa "Noosfera" puede estar mucho del consuelo que necesita el mundo actual y mucha de la comprensión que necesitamos para saber qué mundo es el que pisamos, porque no lo sabemos. Y menos con televisión, que es el viejo enemigo "mundo" multiplicado por mil.

Los iconoclastas eran unos asnos, aunque aún pervivan en todo el oriente más el judaismo. Pero los Teleclastas serán unos benefactores porque no romperán artes sino "cadenas" de televisión. Es curioso que hoy para ser algo tengas que mandar por el éter tu imagen descompuesta en puntitos.

En fin, Emilio: disfruta del fin de semana y sabe que, al menos un español, reconoce tus altos méritos y tus virtudes notables.
Arturo Robsy