27.3.06

RECLAMACIÓN DE LA PRIMAVERA

Saludos a la primavera

Esta es una carta que nace en la primaveral proximidad del Primero de Abril. Aquel día inacabable de victoria. Este recuerdo incesante de por qué tuvo que haber un primero de abril tras un Catorce.

Ayer, domingo, quedé muy reconfortado tras hablar contigo. No sólo por lo que dijimos, que fue mucho, sino porque nuestro mayor enemigo es la soledad, la tentación de llegar a pensar que eres el único que mira y que ve y que los graves problemas de la Patria son algo oculto que escapa a la percepción de los otros. Lo que distingue al patriota de formación falangista es la unidad de doctrina, aunque nadie se la haya enseñado ni puesto al día. Hay algo casi misterioso en el modo de percibir de manera muy semejante las cosas generales y llegar a las mismas conclusiones, lo que significa que en cada uno de nosotros hay algo común a todos, seguramente un sentido común y un amor común. Y esa es una forma de pensar estimulante.

Lo que suele ser distinto es la táctica que cada cual se imagina mejor. Comprendo muy bien que ante la suma de hechos degradantes y terribles, se adopte la posición de magnificar el hecho verdadero de que lo español y los españoles estamos copados y arrinconados en este rincón de la milenaria historia. Es cierto que los acorralados acaban luchando aunque sólo sea por legítima defensa, siempre que esos acorralados tengan clara conciencia de ser los mismos, es decir que estén algo organizados. Y ese es nuestro pecado. ¿Por qué mandan los socialistas? Porque están organizados y sus dedos llegan hasta los sitios y empresas más escondidos. Tampoco el PP se queda atrás. Son organizaciones con financiación del Estado y, a la vez, con trato tolerante de las entidades de crédito que los usan como inversión para su mercado de futuros.

Es mucho más difícil calcular qué va a pasar en tal o cual sector en el que se va a arriesgar, que simplemente hacer que suceda lo que nos conviene mediante acuerdo con quienes pueden legislar a favor de lo que nos interesa. Y en eso se basa el mundo actual: después de la experiencia de los partidos avasallando al estado, ahora es el turno de las empresas haciendo exactamente lo mismo.

Nos pasa que nos basamos en algo hoy minusvalorado: en el amor a la Patria, que nunca dejará beneficios palpables, aunque podrá hacer un futuro mejor y más libre. ¿Cómo y donde cotiza un amor de los buenos, de los que nada pide a cambio? No puede ser negocio para nadie. No puede favorecer más que lo que honradamente se piensa que es el mejor, y hay pocos partidos y empresas que tengan en sus presupuestos hacer lo mejor, o sea, el bien común, y no lo que vaya a ser mejor para ellos, es decir, lo que les reporte los máximos beneficios con el mínimo de riesgo: y eso nunca es común sino particular. El amor, especialmente a la Patria, es, como todo amor de juventud, desinteresado, entusiasta, transparente y con un gran afán de limpieza y entrega. El primer amor, el gran amor, siempre es moral, elevado, parecido a una fuente de la que mana sin cesar el agua más eterna. El amor que ve en los ojos los cristales del alma y que sabe que por esos ojos entrará en el alma la luz. “Bendita la luz que viene en nombre del Señor”.

El amor a España no necesita tierra, ni fronteras, ni cumbre nevadas ni valles fértiles. Sucede en el mundo del tiempo, en los dominios de la historia y en el ansia de justicia. Los que ven lo que nosotros y se acomodan, no aman. No sienten el empuje juvenil de poner las cosas claras; no se consideran obligados más que por su propio interés y nunca por “lo mejor”, porque desear lo mejor es un asunto de honra y la gente está viendo que la única honra de la que nadie duda es hoy la del poder y del dinero. No importa las mil veces que Zapatero, o Blanco o Rubalcaba, o Azanar o Rajoy hayan mentido como delincuentes, en su beneficio exclusivo, porque se les sigue obedeciendo y respetando. Tampoco cotiza la decencia. ¿Quién creerá que algo cambiaría si se le recordara a la autoridad, aquel dicho en verso que significó, durante siglos, el nervio de hierro de la libertad en España? “Todo lo que mande el rey que vaya contra lo que Dios manda, ni tiene valor de ley ni es rey quien así desmanda”.

Parece que las circunstancias y las tácticas políticas nos quieren dejar fuera de la realidad, porque todos se han hecho una realidad a la medida. Los rojos, en su mundo; la derecha en el suyo. Tienen claves; llaman de igual modo a sus espejismos y concluyen que existen más allá de su imaginación. Son una rara especie: están alucinados a fuerza de llamarse posibilistas y de suponer que ven con claridad incluso lo invisible: el futuro, la justicia, la paz, la Patria que, desde luego, para ellos no es un asunto de amor sino, quizá, de supervivencia. Incapaces de lo joven, de mantener el ímpetu juvenil que redime de otros errores, incapaces de la inocencia de darse a todos antes que darse a uno mismo. Detrás de cada progresista hay un materialista (de izquierda o de derecha, pues el liberalismo también anda por el mito del progreso ininterrumpido) y tras cada materialista hay un alucinado que lo niega todo con tal de afirmar una idea más invisible aún que las demás. Porque se rodean de ideas que los justifican y no de ideas que les expliquen algo nuevo; algo que pudiera hacerles crecer y madurar. No me cabe duda de que la fe en Dios y el amor a España otorgan una superioridad moral. Una superioridad que a veces sacrificamos.

Me he corrido una caña, Pedro. Creo que hablaba de las dos posturas ante las calamidades que caen. Comentaba una cierta complacencia en el dolor de España, suponiendo que la mucha ira que se acumula acabará haciéndonos entrar en reacción. Aunque sea como último recurso del desesperado, algo así como la ira del amante traicionado o ignorado. Pero los desesperados nunca ganan. Se consumen en sí mismos y o se vuelven plañideros o insensatos. Ya no hay amor verdadero sino deseo de venganza, aunque sea una justa venganza.
Pero ¿y el que ama y sigue amando con tesón aún cuando las cosas no salgan? ¿Qué decir de la perseverancia de los amores más allá de la muerte, de Petrarca o de Dante? ¿Y de ese alargar las manos, sin llegar a tocarse jamás, de los Amantes de Teruel. Ante lo imposible es donde se manifiesta la calidad del amor. El claro y joven amor aún persevera cuando la esperanza ha desaparecido, porque es una fuerza superior que no alcanza satisfacción jamás aunque, lejos de rendirse, se obstina y abunda hasta que ya el amante no puede distinguirse de su amor. Por eso el amor de España no puede dar frutos de desesperación. O no debe hacerlo. Desesperar es renunciar al amor que nos mueve y, como eso no suele ser posible –que dejemos de amar- es privar al enamorado de su motor constante: el entusiasmo.

Me desespero como cualquiera, pero de forma muy temporal, gracias a Dios. Es mayor el amor que la pena. Es mayor el amor que la soberbia. Y, sobre todo, llega adónde nada más puede llegar. No olvido que una parte del amor es contar que se ama y cómo se ama. Al amigo, al hermano, al próximo. A todos, cuando el amor es tan ancho que duele aunque se vea satisfecho. Veo a Quevedo diciendo a los hombres y a las épocas que sus huesos, médulas y tendones, que tanto ardieron de amor, polvo serán, pero polvo enamorado. Y por eso la ceniza tendrá sentido. Y esa gloria de la constancia en el optimismo que causa el enamoramiento, se canta, se convierte en arte, se vuelve acción y hasta se siente capaz de romper la barrera de la muerte.

Esa es la clase de fuerza activa que España necesita y que nos urge a nosotros si es que la amamos, si la vemos como madre o como novia, si le ponemos el rostro de aquella bella joven apenas entrevista, quizá al azar, y que nunca conocimos, pero cuyos ojos y expresión recordamos todos los días de todos los años. Por eso reniego de las veces en que me siento y siento a todos víctimas. Reniego del demonio de la vida que nos tienta, que nos pregunta qué podremos hacer, tan solos, tan negados, tan incomprendidos. No, no: solos y negados precisamente porque nos comprenden bien y porque saben que la llama del amor es infinitamente superior a la llama del odio y a la de la rabia y a la de la envidia.

Casi nada, amar a España. Sufrir por ella porque hace lo que no nos gusta, lo que no corresponde con el aire virginal e inocente con que algunos la vemos. Yo. La muchacha siempre joven y hermosa, que pasa como una brisa y que me sonríe al sonreírla y que me escucha cuando le hablo de amores y cuando se los canto y se los susurro y le ofrezco un lecho de flores y le aseguro lo que siempre asegura el amor: que es eterno. La Patria está para decirle madrigales, para acomodarla en el corazón y para llevarla al cuello como relicario

O nos movemos por el mundo de la ilusión o pronto dejaremos de movernos. El amor no hastía pero la ira y la desesperación, sí. Con todo, es forzoso airarse y desear un altavoz para responder a tanto bobo útil como nos echan: alimentos para sectarios –los suyos- y aniquilamiento de nuestra confianza. Hoy mismo, en el ABC, que no es rojo pero sí bastante malvado, nos han obsequiado con las valiosas declaraciones del JEMAD, nada menos que un capitán general, que bien se le ven los cuatro luceros en la hombrera. José Antonio García González.
En previsión de que alguien no se atreva con tanto texto, han magnificado las frases que debiéramos asimilar Fíjate en este resalte: “¿Nos valoraban en los años 50? Pues casi nadie, porque se nos veía como soporte del régimen. Ahora nos valoran porque somos útiles y muy capaces”. Recuadran también un trozo de entrevista al que ponen título: “Menos carros de combate y más inteligencia”. ¿Y por qué no más de todo? Porque a la persona más inteligente del mundo la arrolla un carro. Verás: cuando un militar cumple una consigna política se le nota demasiado: no la viste de gala. Además, hay que suponer que lo que vale para un tanque también vale para cañones, para aviones, para munición, de donde cualquier ente normal deduce que lo que se le está diciendo es que esa inteligencia de más, sin armas, se va a dedicar a la rendición incondicional. Como la II República, que renunciaba a la guerra desde su propia Constitución, y hay que ver la que lió. No se puede dudar que es Bono quien habla, trasmigrado a la forma de un Capitán General que, además, dice ostentosamente que no se mete en política. O sea, todos tontos, españolitos, que os tenemos en el aprisco y no os zafaréis.

Pero lo que me desilusiona y me fastidia no es que diga que en los cincuenta se veía a los ejércitos como soporte del régimen –de Franco- sino que lo diga quien juró lealtades sin cuento y cree que los juramentos prescriben con la muerte de una de las partes. O sea, que se excusan de haber jurado y exhiben como mérito no haber cumplido. No me resisto a citar la perogrullada, que lo es ahora tanto como pudo serlo en los “años 50”. Resalta el ABC al principio de la entrevista: “Ante la tregua, el ejército sabrá ser ejemplo para la sociedad y cumplir las órdenes”. O sea, como Franco enseñó en su Academia cuando el benemérito Azaña se la cerró, de puro demócrata: «¡Disciplina!... Nunca bien definida y comprendida. ¡Disciplina!... que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!... que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos. Esta es la disciplina que practicamos. Este es el ejemplo que os ofrecemos.» Este párrafo en particular se lo sabían de memoria muchísimos cadetes de la Academia General Militar, en tiempos de Franco y quizá hubiera sido oportuno que el Capitán General lo recordara, aunque sólo fuera para disculparse de tener que obedecer a Zapatero y Bono, su brazo armado. Habla el hombre como si el Ejército no estuviera acostumbrado a cumplir las órdenes, en una sociedad hecha por socialistas y que pone un tope legal a la obediencia debida: Cuando las órdenes van contra el ordenamiento constitucional. O sea.

A no ser que el general se refiera a otro tipo de órdenes como “veas lo que veas, constitucional o no, calla, soldadito. No leas ni en voz baja las Reales Ordenanzas”. Lo que sí sé es que cuando los Ejércitos flaquean, flaquea España, y lo puedo sostener bien sujeto a la historia. También sé que la vela del malvado es más constante que la del bueno, como sé, porque lo veo, que la insidia lo ha invadido todo y ya osa a decir lo conveniente aún en contra de la razón. Es un bonito verbo: Osar. En la película Los perros de la Guerra, el regimiento paracaidista que mandaba Anthony Queen, y muy bien mandado, tenía un Banderín, donde se leía “Oso”, o sea J’ose, en gabacho. Osar es fácil cuando todo está seguro, pero no cuando “la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando”, como vivió Franco. Donde los osados se detienen, empieza la verdadera osadía que, necesariamente, es temeraria y gallarda, no conciliábulo ni pacto. Y ahora es peligrosa la audacia de pensar en lo no debido, de aspirar a un mundo justo, verdadero y mejor que empiece aquí mismo, hoy mismo, en España.

Ver estos peligros, ver el riesgo de que nos dejen a medias nuestro ser, o sea, que seamos Tu y yo y otro, sin la parte de España que nos ha configurado y que nos sostiene. Porque España no es palabra ni sólo concepto elevado: es algo bien real y sólido: es cómo está configurada nuestra alma que es la que manda en nuestras acciones: en las buenas y en las malas. Sin ella seremos otros. Y peor: otros serán nuestros hijos y nuestros nietos y todos los que no han nacido aún y vendrán a un mundo desierto donde la vieja historia puede no significar nada. ¿Cómo les explicarán qué es o fue “el ansia altiva de los grandes hechos”? ¿Cómo el heroísmo y el sacrificio? Hechos bien reales, que han sucedido, pero que carecerán, carecen ya, de razón que los ampare y los honre.

Por eso, si sólo nos han dejado un puñado de esperanzas, y aún ésas nos quitan, hay que cogerse fuerte a la verdad de lo que somos más allá de ideologías y rabias Si hay Esperanza debe haber optimismo, la clara idea de que nada sucede en vano, ni en la victoria ni en la derrota, y la conciencia de que el odio es gran destructor pero nunca creará nada: no sabe más que perseguir hasta el final y morir después de inutilidad. La herramienta del optimismo, de la fe, de la victoria, aunque esté lejana, es el entusiasmo. O sea, esa voz que ahora sería más que centenaria, repitiendo por las calles y los campos de España: Inasequibles al desaliento, esa tristeza que a veces resulta tentadora y acomodaticia.

Es previsible que las cosas aún irán peor. ¿Y qué? Hay que conocerlas, pero darlas por no oídas, por no vistas, por no reales: son los sueños de la razón extranjera, que produce monstruos con metas ilusas y falsas. Son los espejismos de la furia que trata de adueñarse de todo. Son los fantasmas de lo que no pudo ser por la constante inutilidad de la envidia y la enemiga mamadas en la cuna.

Mi querido amigo: Un abrazo en la seguridad de que España es inmortal y las ideologías perecederas. El viento del amor empuja. La venganza paraliza.

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